Hombres somnolientos van tomando contacto con su identidad, en tanto observan ese despliegue escenográfico que los legitima como trabajadores del mundo. En esas mañanas los cuerpos inexpresivos, sutilmente predispuestos a la sugestión, admiten su realidad, entonces perpetúan su cualidad de oprimidos.
Ellos sólo pueden ofrecer en el mercado una única mercancía, su fuerza de trabajo. Siendo la libertad de comercio el ideal tan profesado por este modelo económico, es inentendible que los trabajadores no puedan dar valor a su mercancía.. Se ven obligados a regalar su mercancía dentro de los términos que le son impuestos. Y así transcurren los días de aquellos que son la fuerza motriz productora de toda la materialidad que nos rodea.
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