domingo, 13 de diciembre de 2009

Desperté, en un cúmulo de tierra acosado por las hormigas que picaban las hendiduras entre los dedos de mis pies. Las maté, con gran desesperación pero con una gran seguridad. Me lavé las manos y los dedos de los pies que, por cierto, ardían con gran intensidad. Un leve mareo comenzó a alejarme de la realidad y me caí de culo al piso. Me dolía la cabeza y apenas veía lo que a mí alrededor pasaba; una gran concentración de hormigas me estaba llevando a su hormiguero. No podría olvidar esos rostros sádicos y uniformes, eran esas hormigas que uno siempre ve, enfocadas en su trabajo. Estaba paralizado, ellas seguían su curso, arrastrándome lentamente. Debía decidir, pero la parálisis no me permitía reaccionar, una de ellas se acerco hasta la punta de mi nariz. Me miro con su pequeña cabeza y articulando esos colmillos raros que tienen me dijo:
“Es el miedo el que te paraliza, nosotros somos la sociedad, no te preocupes, nos encargaremos de llevarte a un lugar seguro”. La hormiga se dio media vuelta y se fue. Yo, desperté.
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