martes, 29 de diciembre de 2009

Un encuentro.

El sol, tan recurrente en mi vida diaria, ahora tenía un tinte diferente que cautivaba mi atención, me situaba en otro planeta, de otro sol, de otros cielos. Una bella dama se paseaba ante mi sin disimular su precioso porte y ostentándolo conciente de su poder. Yo desde mi lugar, no podía más que admirar tal situación que destacaba en ese contexto; sus ojos, boca y labios armonizaban en un espacio tiempo fuera del alcance del raciocinio humano, en una temporalidad fuera de la geométrica y la estética. En un momento sus ojos y los míos se cruzaron en una danza de vibraciones, imantados por una fuerza físico-química quedamos unidos en un puente de emociones inexplicable. Al menos, eso yo sentí, y creo haber intuido que ella sintió lo mismo. Su piel tersa de un blanco aterciopelado contrastaba con la rigurosidad del ambiente que, atestado de edificaciones y creaciones de una humanidad en decadencia, impactaba directamente ante su inmaculada anatomía. Me sentía parte de un circo de hombres, ya que todos dedicaban su atención a tal acontecimiento, que mal lo llamo circo, porque este no tenía preparación alguna sino que se daba por total espontaneidad de un cuerpo nacido para ser espectáculo. Decido acercarme a ella, con paso morigerado, con la frente en alto y con la voz que caracteriza mi seguridad. Ella me ve acercársele, la noto predispuesta, entonces la tomo de la mano, puedo sentir irrumpir en mi ser la excitación producto de mi acción impredecible; en ese momento nos miramos y nos decimos con la mirada todo lo que deseábamos, suelto su mano y satisfecho le digo: Gracias
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